La mayor tragedia por causas no naturales que vivió la Argentina, los 194 muertos del boliche República Cromañón, ya no tiene presos. Las vidas de los familiares de las víctimas cambiaron para siempre pero la lección no fue suficiente para evitar que episodios similares se repitieran. Las causas directas e indirectas perduran y hasta la suerte de los funcionarios judiciales a quienes les tocó intervenir fue dispar: mientras algunos catapultaron sus carreras, otros salieron de tribunales para no regresar.
La gota que desbordó el vaso, el estallido final del horror que desnudó y alineó trágicamente todo lo que estaba mal, fue una bengala arrojada al aire en un lugar cerrado. La Justicia nunca encontró al responsable de ese acto y jamás se sabrá, por lo menos oficialmente, quién arrojó la pirotecnia que originó la ignición de una media sombra utilizada como falso techo y desprendió gases de cianuro de los paneles acústicos.
ᴀ 15 ᴀɴ̃ᴏs ᴅᴇ ʟᴀ ᴍᴀsᴀᴄʀᴇ ᴅᴇ ᴄʀᴏᴍᴀɴ̃ᴏ́ɴ.
— Movimiento Cromañón (@MovCromanon) December 20, 2019
ɴᴏs ᴏʀɢᴀɴɪᴢᴀᴍᴏs, ᴏᴄᴜᴘᴀᴍᴏs ʟᴀ ᴄᴀʟʟᴇ. ᴊᴀᴍᴀ́s ʙᴀᴊᴀᴍᴏs ʟᴏs ʙʀᴀᴢᴏs.
ᴇsᴛᴇ ᴇs ᴇʟ ᴄʀᴏɴᴏɢʀᴀᴍᴀ ᴅᴇ ʟᴀs ᴀᴄᴛɪᴠɪᴅᴀᴅᴇs sᴏʙʀᴇ ʙᴛᴍᴇ. ᴍɪᴛʀᴇ ᴇɴ ᴇʟ sᴀɴᴛᴜᴀʀɪᴏ. pic.twitter.com/BRtLNAMrwg
Cromañón ocurrió por el disparo de una bengala, pero no sólo por eso. El lugar estaba habilitado como “local bailable clase C” con capacidad para unas mil personas. Sin embargo funcionaba como microestadio para recitales y el 30 de diciembre de 2004 había allí unos cinco mil espectadores apretujados y sudorosos por la escasa ventilación. Según determinó la Justicia, ello fue posible porque los inspectores del gobierno porteño no inspeccionaron, los policías de la Federal con jurisdicción en el lugar miraron para otro lado convencidos por el pago de sobornos y el gerenciador, Omar Chabán, maximizó el negocio.
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— Tragedia de #Once (@TragediaOnce_) December 30, 2019