La sala de reuniones de la CD, un escritorio, un acta, firmas aquí y allá, sin discursos y sin pompa, sin foto con él para el registro histórico. Así, en un trámite burocrático más digno de un ministerio, gris y áspero, Juan Román Riquelme se convirtió en el presidente de Boca sin siquiera participar de la ceremonia. Fue una asunción muy poco bostera, pero con un toque de lo que es Román en su esencia.
Es que en el ídolo conviven el yin y el yan: una parte popular, bulliciosa, que se vio mucho durante la campaña, en la que no escatimó nada, ni pinceladas de demagogia (lógica como en todo proceso eleccionario), que convive con otra reservada, oscura, casi fantasmal. JR gusta de aparecer y desaparecer, jugar con sus ausencias, hacer descansar su propia imagen, que los medios se pregunten por él.
De hecho, la última aparición pública de Riquelme fue antes de conocerse el resultado de la elección. Apareció en el playón de la Bombonera, aseguró que ganaría las elecciones por amplio margen, le volvió a pegar a la oposición y literalmente no se lo volvió a ver. Pasó el escrutinio, pasaron los festejos de la victoria electoral y ayer pasó la asunción sin una palabra del ahora presidente. Una cuestión de estilos...
Cerca de Román le quitaron todo peso al acto de asunción. “Fue sólo la firma de un acta, cuando Ameal asumió fue igual. Y ahora más, porque es la continuidad de la misma dirigencia, aunque con cambios”, contaron. Porque ayer ni siquiera se comunicaron oficialmente cómo será la repartición de funciones. Por lo que trascendió, una de las vicepresidencias quedaría para Silvia Gottero, la viuda de Roberto Digón, el histórico dirigente que falleció en 2022, mientras ostentaba la tercera vicepresidencia en la gestión que termina.
LA NUEVA CD
Hay también algunas confirmaciones en puestos que se mantienen (Ricardo Rosica en la secretaría general, con Emiliano Algieri como prosecretario, Carlos Montero en tesorería, Orlando Giménez en legales, Adriana Bravo en Inclusión, Alejandro Desimone en Básquet) y algunos cambios en lugares importantes que dan una idea de cambios profundos aunque, en teoría, sea una continuidad con cambio de roles entre Román y Ameal en sus roles de presidente y vice.
Todo eso quedará claro cuando se dé la primera reunión “formal” de la nueva CD, prevista para los primeros días de enero. Por lo pronto, el primer acto de gobierno de Riquelme tendrá que ver con el fútbol: refuerzos, desvinculaciones, renovación de contratos, redefinir el plantel para un 2024 atípico, sin Libertadores pero con las obligaciones de siempre.
Lo paradójico es que en este primer mandato (el segundo a cargo del fútbol del club) las exigencias y la presión para Riquelme van en aumento. Arrastra una gestión con claroscuros, con un desempeño deficiente en materia de entrenadores (todos los ciclos fueron interrumpidos antes de la finalización de los contratos, aunque Russo y Battaglia cumplieron el primer ciclo y fueron despedidos poco después de iniciado el segundo).
Lo mismo en el armado del plantel: funcionaron los juveniles (un acierto personal del ahora presidente) y las incorporaciones top (Chiquito, Rojo, Cavani estuvo muy bien traído aunque aún no rindió a pleno, Pipa quedó en deuda), pero en las compras de perfil medio o bajo le fue bastante más mal que bien (Orsini, Briasco, Rolón, Roncaglia, Pulpo González, Ramírez, Zambrano son mayoría ante los Figal, Merentiel, Pol y habrá que ver qué pasa con los Blondel, Buyaude y compañía).
A nivel títulos, los seis campeonatos locales son un logro en sí mismo, pero que no llegan a tapar la falta de logros internacionales. Otra vez: la final de la Libertadores es un mérito, pero a las vitrinas no van los subcampeonatos. A por todo eso va la Patria Riquelmista. Año 1, Día 1.